La pequeña tienda de curiosidades nos saca de nuestro sueño virtual… y lo hace real

La crisis existe en nuestros bolsillos y en nuestros trabajos. No pasan 24 horas sin que nos enteremos de nuevos recortes y despidos. Y hace unas horas Standard & Pauvres nos ha rebajado el rating, al igual que el de numerosos otros países, como broma divertida tras darse cuenta mientras ingerían caviar en uno de sus carísimos saraos de que la fecha era viernes y 13.

La otra cara de la moneda es que los restaurantes están llenos y que incluso hay algunos en los que hay que reservar con dos meses de antelación. La calle Ortega y Gasset luce cada vez más, no menos marcas de lujo, y por la calle Fuencarral y las aledañas a la Plaza de Chueca florecen boutiques de todo tipo. Negocios de emprendedores creativos que buscan ofrecer algo diferente y que poco a poco van transformando este céntrico barrio en una especie de Covent Garden a ritmo madrileño, con el mercado de San Antón como centro neurálgico y sibarita. También nos sorprende el creciente número de hamburgueserías retro al estilo neoyorquino de los años ’50 y ’60. Desde luego, queremos sentirnos en otra parte. Recorremos Madrid y de repente nos trasladamos a una escena de una película de Woody Allen. La gran pantalla entra en nuestras vidas del día a día y nos transporta a un paisaje nuevo, a medio camino entre la realidad y la ficción.

Decían que Internet significaría el fin del pequeño comercio de barrio – que sería sustituido por los creativos en sus almacenes y garajes - sin embargo, no hay que caminar mucho para recordar que difícilmente Internet supera la experiencia de entrar en una tienda con un escaparate divertido que anuncia objetos únicos y originales que no te habría pasado por la cabeza buscar pero que de repente se convierten en esenciales. La creatividad tiene premio en estos tiempos en los que es tan difícil salir a flote, sin embargo, los precios, incluso en época de primeras y segundas rebajas, no son precisamente baratos. Sigue siendo más asequible comprar en Zara o H&M, aprovechándose de la mano de obra barata de los países emergentes mientras con la boca pequeña cargamos contra los bancos, la globalización y la mano invisible del mercado. Es complicado ser de izquierdas y coherente. Ante la sequía del crédito, cuanto más bajos son nuestros ingresos, más estamos obligados a ahorrar. El delicatesen local se sustituye por Mercadona y los juguetes se compran en la tienda de chinos. En cambio, si eres de izquierdas y encima te puedes permitir comprar de forma ética, te tildan de bohemio burgués, una crítica absurda cuando piensas en el círculo virtuoso que representa el comercio justo para la economía y la sociedad en su conjunto.

También es más barato comprar en Internet, se repite cansinamente. Y si se cerrara Internet, ¿sería una manera más eficaz de reactivar el consumo que los recortes en políticas sociales y en estímulos para el pequeño comercio? Otra vez tendríamos que salir a la calle para hacer las compras, para comprar el periódico en el quiosco de la esquina. Habría un nuevo amanecer para las ciudades y las tiendas del barrio. Permitiría el desarrollo de ciudades más habitables. Quizás. Sin embargo, el retroceso desde luego no es la solución. Una de las cosas que más llaman la atención de los nuevos comercios de barrio es la url dibujada en grandes letras en la bolsa de papel en la que te entregan tus compras. Internet y el comercio tradicional van de la mano. La web te permite descubrir aquella tienda de curiosidades a 10 minutos de tu casa, pero que sin Google, Twitter o Facebook nunca habrías encontrado.

Para algunos, Internet es símbolo de la globalización, de la desaparición de las fronteras, de la deslocalización. De todas formas, si se aprovecha con sabiduría también tiene la clave para revitalizar nuestros barrios y para crear una sociedad más justa y más local. Para ello tenemos que volver a respetar lo real de la misma forma con la que amamos lo virtual. Salir del bache no es cuestión de abandonar el mundo físico y entrar sonámbulo en el mundo virtual sin billete de vuelta. El mundo físico es el espacio que habitamos. Internet nos permitir comunicarnos y recordar a todos los demás que estamos aquí.

Lo mismo pasa con la prensa. Nunca había sido tan fácil compartir contenidos y hacernos oír. Sin embargo, esa capacidad de promocionarnos que nos da Internet no debe ser excusa para escondernos detrás de la pantalla del ordenador a la espera de monetizar de forma mágica nuestros esfuerzos a través de la publicidad de otros productos por los que no queremos pagar. Así lo único que conseguirá la red será canabilizar nuestra riqueza y condenarnos a la creciente pobreza. En cambio, sí se debe aprovechar la web como trampolín para dar vida y oxígeno a todas las cosas que hagamos en la vida real para así vivir más plenamente, a gusto con nosotros y con nuestro entorno. Y si encima nos ofrece un retorno, mejor que mejor.

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