Las derrotas son para aprender, no para pedir que se cambien las reglas de juego

Cuando empiezas a practicar un deporte, no puedes esperar ganar todos los torneos a la primera. Con cada derrota, hay que sacar lecciones y seguir luchando. Con tiempo y paciencia, llegarás. Rafa Nadal será quizás el mejor ejemplo.

Por eso me indigna que sólo 24 horas después de las Elecciones Generales, a muchos partidos les esté costando asumir esa realidad. Creen que no hay que aprender nada, que lo que ha pasado es una injusticia y hay que cambiar las reglas de juego. Y si dijera eso la Selección, ¿habría ganado en Sudáfrica? Yo les pediría a los partidos un poquito de humildad. Además, estamos hablando de un partido, UPyD, que ha multiplicado por cinco su presencia parlamentaria; y otro, Izquierda Unida, que la ha multiplicado por seis. ¡Y dicen que es poco!

Antes de ganar las elecciones de 1996, el PP tuvo que soportar una dura travesía del desierto. Lo necesitaba. Muchos de sus dirigentes habían ejercido responsabilidades en una brutal dictadura. Necesitaron tiempo para soltarse su imagen autoritaria, para demostrar sus credenciales democráticas y para ganar experiencia institucional. ¡Y cuanto tuvieron que aguantar los del PSOE, durante y después de la dictadura, antes de ganar las elecciones de ‘82!

No hay que subestimar aquel esfuerzo de miles de personas y durante tantos años, de la misma forma que no se debe subestimar la derrota que ayer han vuelto a sufrir los socialistas, dejándoles casi igual a como estaban con la muerte de Franco. Tampoco se debe infravalorar el esfuerzo que van a tener que hacer para recuperar algún día el poder. Han perdido casi toda su presencia institucional. Si algún día vuelven a contar con el apoyo popular, ¿de dónde van a sacar sus ministros? ¿Buscarán algún alcalde? ¿De dónde? ¿El presidente de alguna comunidad autónoma? ¿De cuál? ¿Algún ministro que haya ejercido en un gobierno anterior? Están todos jubilados o han perdido toda credibilidad con los votantes. Es triste, sobre todo para los que han luchado tantos años por sus valores e ideales, pero sólo demuestra lo frágil que es el poder en un sistema democrático. De hecho, creo que es la mejor prueba de que en España no existe el bipartidismo. Hoy por hoy, y muy a mi pesar, el PP es el único partido del país con diputados que ya han ejercido de ministros y que tienen suficiente credibilidad para volver a ocupar semejante cargo. Es duro reconocerlo, pero es la obligación del perdedor reconocer su debilidad para saber desde qué punto tiene que empezar a volver a construir. Salvando el PP, todos los partidos en el nuevo congreso son minoritarios, y parten desde el mismo punto de salida de cara a las próximas elecciones. Todos, sin excepción, tendrán que fijarse como primer objetivo ganar presencia en los municipios y las CC.AA. para poder contar con candidatos serios y capaces para ocupar, en algún momento futuro, puestos en el Gobierno de la Nación.

Sí, el sistema electoral pone más obstáculos a los partidos nuevos. Así, genera mayor estabilidad institucional y favorece la existencia de dos grandes partidos. Pero no por ello tienen que llamarse PP o PSOE. Si los votantes creen que unos les han fallado, todo su poder se puede derrumbar en muy poco tiempo. ¡Y cuánto han cambiado las cosas en cuatro años! Pero más tiempo tarda construir. Y en principio no me parece mal. De esta forma se obliga a los políticos a ganar experiencia antes de ejercer el poder en las instituciones más importantes. Pone a prueba a los nuevos partidos para que demuestren de lo que son capaces. Se da tiempo para que los votantes puedan valorar si o no son creíbles. Evita que crezcan partidos extremistas con la rapidez con la que han surgido en algunos países europeos con sistemas políticos más consensuales…

Por supuesto, no es un sistema ideal; pero si obliga a los partidos a esforzarse, aunque sea un poquito, para ganar la confianza de los electores, parece que cumple una función importante. Y si también es capaz de castigar a partidos que se acomoden demasiado en el poder y que empiecen a pudrirse, creo que debemos reflexionar un poco antes de echar la culpa de todos los males del país al sistema de contar los votos que los ciudadanos depositan cada cuatro años en las urnas.

Yo, por mi parte, he aprendido la lección.

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